viernes, 13 de noviembre de 2009

EL NACIONALISMO LIBERAL CONSERVADOR

Por Jorge H. Sarmiento García





En mi adolescencia conocí en casa de mi abuelo materno, don Ricardo García Cortéz –donde se tenía un gran respeto por el Teniente General D. Julio Argentino Roca– el nacionalismo liberal conservador.



He escrito antes de ahora que lo que Julio Argentino Roca y el ejército argentino hicieron en la campaña de 1879 contra los aborígenes, más que “trasladar” al Río Negro la frontera interior –como lo prescribía la letra de la ley 947–, fue en realidad dar una continuidad real al espacio geográfico nacional, haciendo que el país creciera hacia adentro, convirtiendo en realidad al territorio argentino como está en los mapas.



La mayor parte de los autores que se han ocupado de la expansión mal denominada “conquista del desierto”, compiten, sin excepción, en poner marcado énfasis sobre el sometimiento del indio o aborigen, muy poco sobre la cuestión de la soberanía, y mucho menos sobre las pretensiones que amenazaban esa soberanía.



Para la historiografía clásica de tradición liberal, y para el revisionismo de la vertiente rosista, sería demasiado duro admitir el que Roca, calificado como “prócer de la oligarquía”, se les convirtiera, de pronto, en el “hombre de la soberanía”. Hay quienes no conciben la soberanía si no es con muchos cañonazos y mucha sangre; y como el general Roca evitó una guerra con Chile por el procedimiento de ganarles de mano a los trasandinos, al posesionarse previamente, “manu militari”, del objeto de la disputa, encuéntranse con que los esquemas se les derrumban.



El nacionalismo o patriotismo es algo bueno y santo, pero cuando no se ordena por la razón, se torna vicioso (aunque también es una verdad notoria que –también entre muchos de nosotros– el arraigo y el sentido de patria se han diluido hasta casi perderse). Aquello ha sucedido sin duda a lo largo de los siglos, siendo su versión más moderna la que ofrecen los Estados totalitarios del siglo pasado y del presente, escondiéndose en el trasfondo de las ideologías que los sustenta, una concepción del mundo sostenida en el ideario de Hegel, volviéndose absoluto el patriotismo cuando se identificó con el Estado totalitario.



Por otra parte, transitando en mi mocedad por épocas difíciles aprendí la importancia de la justa libertad, política, económica y social. Así las cosas, comprendo cabalmente ahora lo que han explicado Floria y García Belsunce sobre la “nacionalización del liberalismo”: La operación militar antes referida dio a Roca el prestigio necesario para aspirar a la presidencia de la Nación, lo que se concretó en base al Partido Autonomista Nacional, nueva fuerza que fue posible porque se había producido la “nacionalización del liberalismo”. Cada provincia podía exhibir una elite dirigente que había absorbido las ideas del liberalismo romántico, y con ellas, el programa nacional propuesto por Alberdi y acotado por Sarmiento y Mitre, siendo los dos primeros hombres del interior. El liberalismo ya no se identificada sólo con su versión porteña. Había aparecido un nuevo tipo político, el liberal federal, que reemplazaba a su precursor, el federal liberal, y que dejaba muy atrás al federal tradicional. A aquel liberalismo pertenecía el general Roca, que en momentos de ocio durante la guerra del Paraguay se entretenía leyendo autores clásicos y europeos. Obviamente, no todos los provincianos eran liberales, pero tampoco todos los liberales eran porteños. Sobre esta base, que no renegaba de las particularidades, modalidades y hasta peculiaridades de la política de cada provincia, fue posible construir el Partido Autonomista Nacional. La oposición entre Buenos Aires y el interior no sería, de allí en más, ideológica; sería una simple lucha por los privilegios.



El posterior conocimiento de la doctrina social de la Iglesia profundizó y afinó mi concepto de libertad.



Finalmente, desde entonces hice mía una idea que paso a exponer, parafraseando a Juan Pablo II: Argentina, sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en el Continente.



Agrego que ello implica para cada uno de los que nos honramos de ser argentinos –entre otras cosas– la hombría de bien, el sentido caballeresco del honor, la generosidad, el desprendimiento, la libertad creadora y la exaltación severa de la vida, por oposición a no pocos hedonistas, economicistas, sensualmente animalizados, simuladores, charlatanes grandielocuentes y amantes, en fin, de todas las logrerías materialistas, que tanto daño hacen al país y su gente.

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