viernes, 5 de febrero de 2010

SÍNTOMAS DE LA DECADENCIA DE LAS REPÚBLICAS

Por Jorge Sarmiento García


Lo que sigue no es original: simplemente recoge observaciones históricas que estimamos aplicables a situaciones análogas en el mundo actual.

Se ha escrito que la república perece, sobre todo, por la caída de las clases medias; y como la situación política es casi siempre una proyección del estado social, la república pierde en tal caso su profundo sentido.


Aquello se da cuando a un lado existen los proletarios, mantenidos fundamentalmente por el Estado, a los que se acostumbra a vivir de la limosna o subvención, especie de socorro al paro forzoso (o no), siendo el núcleo fuerte de la clientela de muchos políticos, a los cuales, en compensación, dan sus votos, vegetando por lo general en la haraganería, en la desfachatez y en la depravación, dispuestos a todo y a lo peor.



Al otro lado, todos los que —directa o indirectamente— perciben los beneficios —legítimamente o no— del Estado: funcionarios, magistrados, legisladores, banqueros, proveedores, etc. Suelen acumular en poco tiempo fortunas desmedidas y, demasiado saciados, olvidan el bien común; pierden de vista, en su caso, su magisterio social, única justificación de su patrimonio particular.



Los ricos se dedican a la búsqueda de concupiscencias. Si tuvieron antiguas virtudes ellas se han extinguido, y viven creándose nuevas necesidades. Ocurre frecuentemente que los gastos crecen más prontamente aún que la riqueza. Tanta opulencia de las clases acomodadas enflaquece el espíritu, quita el amor al esfuerzo y disminuye el carácter.



El deseo de gozar explosiona socialmente. El dinero es el fin supremo, la preocupación única, y de arriba a abajo de la escala social se corre disolutamente detrás de él. Las deudas se generalizan. Se margina que la verdadera riqueza no la constituye el dinero, sino el trabajo, y se pierde el amor por éste.



Las elecciones resultan muy costosas a los partidos y a los candidatos; los empréstitos son una necesidad electoral; y no se titubea en acudir a los aportes de origen ilícito o sumamente comprometedores.



El lujo más desatado se exhibe al lado de la extrema miseria. La desigualdad de los dinerales es espantosa.



Tal vez lo más grave sea que los núcleos selectos quedan moralmente debilitados; y un pueblo, aunque bueno, con una élite corrompida no puede tener un buen gobierno. La putrefacción de arriba trae —a la corta o a la larga— apareada la descomposición total, así como se dice que todas las parálisis provienen del cerebro.



Se ve entonces como, siempre, la perturbación social produce una perturbación política; y así, el parlamento no resulta más que una reunión en la que predominan palabreros, convirtiéndose en un hervidero de camarillas, y las innumerables leyes nuevas no hacen más que aumentar la confusión.



La verdadera vocación militar declina o llega a ser prácticamente inexistente. Las fuerzas armadas dejan de ser una milicia ciudadana y pierden su carácter cívico.



Todos los aspectos de la vida están alterados. Los partidos tradicionales, perdiendo su verdadero sentido, por lo común no representan otra cosa que pandillas ajenas al interés público. Desclavada de sus raíces profundas, la política pasa a ser dominio exclusivo de los malos políticos profesionales.



Los gobiernos se debilitan, la delincuencia crece, la moral pública está en plena decadencia. Los negociados deshonestos se multiplican. Los parlamentos, cada vez más impotentes, son cada vez más agitados.



Pero hay que preguntarse a esta altura, luego de tal breve síntesis: ¿hay soluciones?



Como los acontecimientos van agravándose y amenazan arrastrarlo todo, se habla mucho de reformas, se discute, se discursea, pero se carece de voluntad y, sobre todo, de valor para atacar las causas más profundas de la decadencia, que los personajes que ocupan el poder no las buscan o no las miran: se vuelven cobardes, y la cobardía los entontece. La población vive entonces llena de desunión, de conmoción, de incertidumbre.



¿Y cuáles son aquellas causas en la actualidad? Todo el mundo, en el fondo, las presiente más o menos claramente, pero no se atreve a afrontarlas: el materialismo y el relativismo moral...