viernes, 30 de octubre de 2009

EL "MAL COMÚN"





JORGE H. SARMIENTO GARCÍA




      

 

Las circunstancias mundiales actuales imponen insistir en la enseñanza de la verdad de que el bien común es primero y esencialmente el bien moral del hombre en sociedad, y en que un “bien común” que tiende a la amoralidad es, en el fondo, un cometido social que se encamina a ser un “mal común”.

En esto, lo que manifestara León XIII en 1889 conserva vigencia: si un Estado no pretende otro fin que el bienestar material y un progreso social profuso y deleitable, si en el gobierno de la “res publica” niega o se desinteresa de las leyes morales, ese Estado se desvía deplorablemente del fin que la naturaleza misma le prescribe. No es ya una comunidad o sociedad humana, sino más bien una adulteración y simulación de sociedad, pudiéndose incluso afirmar que cuanto mayor es el progreso de los bienes corporales, tanto mayor es la decadencia en los bienes espirituales.

Basta una mirada a nuestro alrededor para advertir que se multiplican (a veces a la par que el progreso material) la desintegración de la familia, el aborto, el pansexualismo (o tendencia patológica a sexualizar toda la vida social y humana de los individuos), la pornografía, la homosexualidad, el hedonismo, y también el nihilismo (o posición filosófica que argumenta que el mundo, y en especial la existencia humana, no posee de manera objetiva ningún significado, propósito, verdad comprensible o valor esencial superior, por lo que no nos debemos a éstos), como asimismo la angustia, las enfermedades psíquicas, el suicidio, la eutanasia, la drogadicción, el egoísmo, el consumismo, las diversas manifestaciones del materialismo práctico, etc.

Cuando así ocurre no sólo en la realidad existencial, sino a partir de la complicidad activa de las autoridades ejecutivas, de la legislación permisiva, de la justicia laxa, del contenido de la educación, etc., se hace difícil hablar de “bien común”, por mucho que éste pudiese contener las ventajas de servicios públicos y sociales eficientes y bienestar material.

Debe quedar claro que la vida en sociedad, especialmente en la política, debe procurar al hombre la armonía material, intelectual y espiritual contenida en el concepto auténtico de bien común.

Por eso no se puede dejar de subrayar el carácter esencialmente ético del bien común: el hombre necesita de la sociedad para su conservación, desarrollo y perfección, lo que implica la actualización plena de sus potencialidades, particularmente de las específicamente humanas (inteligencia y voluntad, que son principios de acción, potencias de operación), por lo que deben darse en la comunidad política aquellas condiciones externas que son necesarias al conjunto de sus miembros para el desarrollo de su vida, así material o económica como intelectual y espiritual, en tanto no alcancen a conseguirlas las energías de las familias y los esfuerzos de otras sociedades menores en jerarquía, anteriores en su proximidad al hombre e intermedias entre el individuo y el Estado, y no correspondan a la sociedad eclesiástica, al servicio de la persona humana, singularmente de sus fines religiosos.