viernes, 6 de noviembre de 2009

LA NATURALIDAD DEL MATRIMONIO

LA NATURALIDAD DEL MATRIMONIO
                                                                                                                                                                             Por Jorge H. Sarmiento García


A pocas horas de que se trate en las Comisiones de Legislación Penal y Familia de la Cámara de Diputados de la Nación un proyecto de ley que establece “los derechos de matrimonio para todas y todos”, nos apresuramos a escribir lo que sigue.

“Amor y responsabilidad” es el primer libro de Karol Wojtyla, siendo un producto de su trabajo como filósofo y teólogo, de su vasta experiencia pastoral en la preparación al matrimonio y como confesor de jóvenes, y de su convicción de que hombres y mujeres cuentan con el derecho no sólo a la instrucción, sino también de su vocación al matrimonio, que incluye la vocación al amor sexual.

Cuando la primitiva Iglesia rechazó formalmente las enseñanzas agnósticas y maniqueístas de que el mundo era en sí mismo corrupto, la postura de la cristiandad fue oponerse a la afirmación de que el sexo fuera intrínsecamente malo. La Iglesia declaró entonces que el matrimonio constituía una vocación, lo incluyó entre sus siete sacramentos y enseñó que los dos contrayentes y no el sacerdote que presidía la boda, eran los ministros de ese sacramento.

Luego de la segunda guerra mundial, la revolución sexual se expandió en Europa Occidental, en Estados Unidos y detrás del “Telón de acero”, con su secuela de leyes permisivas del aborto, incitación a las relaciones prematrimoniales, etc., y, actualmente, con la admisión de los matrimonios homosexuales y de la adopción por parte de éstos.

Cuando el sacerdote Wojtyla escribió en 1969 “Amor y responsabilidad”, estaba convencido de que la ética sexual de la Iglesia, interpretada de forma adecuada, contenía verdades esenciales que hacían más profunda la felicidad humana cuando se vivían fielmente, argumentando que el mejor modo de abordar la moralidad sexual era en el contexto precisamente de “amor y responsabilidad”.

Destacó que el amor es una expresión de responsabilidad, hacia otro ser humano y también hacia Dios, y que el imperativo moral de evitar “utilizar” a los demás constituye la base ética de la libertad, porque nos permite relacionarnos con otros sin reducirlos a objetos ni manipularlos. Y sólo evitamos “utilizarnos” cuando dos libertades genuinas se encuentran en la persecución de un bien que tienen en común, de algo verdaderamente bueno y que ambas reconocen como tal. Esto constituye la sustancia del amor: amar es lo contrario de utilizar. Si se entiende la sexualidad como una mera función de autonomía personal, reduciendo a los demás a meros objetos de placer, se utiliza, no se ama. El sexo que es la expresión de dos personas dos libertades que buscan juntas el bien personal y común, es plenamente humano y humanizante, expresión de dignidad humana.

Distinguió Wojtyla “acto del hombre” de “acto humano”. El primero es puro instinto, no supera el nivel de la sexualidad animal. Un “acto humano”, en cambio, incluye un juicio emitido libremente sobre algo que es bueno. El amor es acto humano por excelencia, que no se reduce a la simple emoción o atracción, reduciendo al otro a mero objeto de deseo. La otra persona, y no tan sólo su cuerpo, es el verdadero objeto de un acto sexual humano, cuyo fin es hacer más profunda una relación personal, a la cual contribuye el don mutuo del placer, el don de sí.

El amor es, entonces, la norma del matrimonio, un amor en el que tanto la dimensión procreadora como la unitiva de la sexualidad humana alcanzan su pleno valor moral. Y faltando la dimensión procreadora no puede haber matrimonio, siendo éste propio del hombre con la mujer, y escuela difícil pero a la larga eficaz, en la que se aprende con paciencia, con dedicación y también con sufrimiento, qué es la vida y cuál es la ley fundamental de la vida, esto es, la auto-entrega.

Señalaba el que sería luego Juan Pablo II, que la palabra latina “matrimonium”  (de “matris-munia”: “deberes de la madre”) pone el acento en el estado de madre, estado naturalmente imposible en las relaciones homosexuales; y cita a Gandhi, quien en su Autobiografía afirmó que sostener que el acto sexual es un acto instintivo como el sueño o la satisfacción del hambre es un colmo de ignorancia, y que la existencia del mundo depende del acto de procreación.

Es que la orientación natural de la tendencia sexual trasciende siempre al “yo” propio, teniendo por objeto inmediato otro ser de sexo opuesto y de la misma especie y por objetivo final la existencia de la especie.

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