miércoles, 25 de noviembre de 2009

CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD

Por Jorge H. Sarmiento García





Es de público y notorio que no son pocos los países en que se ha puesto a punto un sistema de impunidad que ha repartido prebendas entre sus beneficiarios y se ha cobijado, cuando era atacado, en sus recitados empaques democráticos, habiendo siendo la auténtica democracia (si alguna vez existió) recluida y sustituida por una partidocracia desarrollada al cobijo del despilfarro de los dineros públicos y de una corrupción imposible de acordonar.



Por cierto que la corrupción no es privativa de las naciones pobres, pues se ha dado también entre las más adelantadas desde los puntos de vista político y económico, pues allí también los hombres públicos son hombres y como tales, “proni ac peccatum”, es decir, inclinados al mal; pero la diferencia radicaría en que en las comunidades inferiores a aquéllas en los aspectos señalados, existe un tramado de complicidades, apegos corporativos, acuerdos furtivos y reglas de mutismo que sería adecuado llamar “impunidad”, la cual resulta, al menos, no tan conocida en los países del denominado “Primer Mundo”.



Entre los Estados en vías de desarrollo, del “Tercer Mundo” o como quiera llamárselos, los gobiernos que se sustituyen generalmente pregonan que la corrupción será el primordial enemigo que enfrentarán; mas resulta ser regla de experiencia que cada uno traspasa a su sustituto un Estado menos límpido que el que halló, con la particularidad de que, transcurrido el tiempo, los vicios suelen cambiar: bien se ha dicho que del robo individual la corrupción se hace “movimientista”, como consecuencia de lo cual, por ejemplo, con anterioridad la corrupción era sinónimo de delincuencia y quienes eran descubiertos se deshonraban, en tanto que en los tiempos actuales, "exempli gratia", el delincuente supone que receptar una "coima" es una merecida recompensa por los malos ratos que deben transitar los que ejercen la función pública...



Lo real es que es verdad que se está entonces ante un verdadero sistema altamente guarnecido, habiéndose señalado que la corrupción no es circunstancial sino sistémica, sucediéndose los casos unos a otros con tal regularidad y rapidez que se cubren recíprocamente, no terminando la opinión pública de acostumbrarse a semejante ritmo vertiginoso y perdiendo, en el hipotético caso de que se inicie una causa judicial, la noción del estado del juicio, de quiénes eran las personas implicadas y de la resolución final, si es que no se ha “cajoneado” el expediente hasta la prescripción de la acción penal o se ha utilizado algún otro artilugio para impedirla.



Entonces, ¿cómo se rompió hace algunos años la corrupción en Italia? (aunque habría vuelto a aparecer en estos tiempos con más fuerza aún). Sencillamente porque había jueces independientes que cumplieron con su augusta función.



Por lo mismo, nos parece razonable la explicación según la cual en otros Estados que no han logrado superarla, ninguno de sus “poderes” es ajeno a la corrupción, sin que existan fuerzas endógenas al sistema susceptibles de corregirlo; y el reaseguro mayor del sistema de impunidad radica en que los jueces dependen de la clase política -que tiene la atribución de nombrarlos y removerlos- y, a su vez, ésta depende de aquéllos (lo que explicaría también, entre otras cosas, la poca o ninguna renovación de las elites dirigentes).

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