viernes, 25 de septiembre de 2009

UN GOBERNANTE QUE SUPO RETIRARSE A TIEMPO

COLUMNISTA 

   


POR JORGE H. SARMIENTO GARCÍA




           


UN GOBERNANTE QUE SUPO RETIRARSE A TIEMPO
     
      
Quien fuera rey de estas tierras, el gran Carlos I, abdicó el poder en manos de Felipe II, su hijo, dejándole España, los Países Bajos, el Francocondado, Milán, Nápoles y este inmenso Nuevo Mundo, habiéndole correspondido el imperio alemán la herencia de los Habsburgo a su hermano Fernando (aclaramos, de paso, que esta dinastía nada tiene que ver con el actual e inefable rey Juan Carlos de Borbón).

Aquel hombre, vestido de negro, codicia luego de su renuncia un imperio que no es de este mundo. Al llegar al monasterio de Yuste, ya está desnudo ante Dios.

En efecto, antes había renunciado a la embriagadora posesión del mundo y confesado públicamente sus errores ante príncipes, emperadores y pueblo reunidos en el palacio imperial de Bruselas.

Pero un más alto remordimiento acompañaba al penitente de Yuste, como lo demuestran las últimas líneas que traza y que son un acto de contrición:”Perdóname, Ángel de mi guarda, mensajero del Cielo, consejero y protector, mis desobediencias, mis felonías, mis actos vergonzosos…”.

Su grandeza se condensa cuando abandona, luego de una carrera excepcional, el poder; y bien se ha dicho que su gloria es esa inimaginable penitencia que quiso cumplir, en España, no lejos de las llanadas castellanas, donde soplan los grandes vientos místicos.

Lo que antecede nos anima a expresar la esperanza de que algún día, en nuestra Patria, los gobernantes sepan retirarse a tiempo, simplemente, sencillamente, con la serenidad y la firmeza de quien cree haber cumplido la misión histórica que le ha tocado, con el sublime esfuerzo de vencerse a sí mismo en aras de un ideal superior que haya constituido el noble afán de sus trabajos, aunque fuesen póstumos: el bien común de la República.

Y esto ya lo hizo Don José Francisco de San Martín y Matorras, con el valor extraordinario del hombre eminente, que no temió afrontar el desprestigio y la calumnia, el exilio y la pobreza, con tal de que se lograse lo que constituyó la brega de sus sacrificios y de su vida: la independencia de América.

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